Hoy me levanté, diría, reflexivo en función de cierto pasado. Quizás venga impulsado por el texto de Marcos y por la pintada que vi ayer en una pared del barrio que oraba: “El pasado es la alegría de las almas tristes”.
Me puse a pensar en cómo sería el alma del autor de la frase, o al menos de aquel que compró el aerosol y la estampó en la pared de Villa Urquiza. Intenté ponerme en la piel de distintas almas (empresa imposible, por cierto) y traté de imaginarme cómo sería el alma de una persona que pasó varios años en prisión; supongo que será bastante triste, pero no creo que precisamente su pasado le proporcione alegría.
Por otra parte está quien no puede cortar el cordón umbilical con su pasado, y lo busca y lo trae constantemente a su presente. Muchas veces está bueno, conozco casos de gente que habiendo sido pareja de alguien y, con la posterior disolución de dicha relación y al hacer cada uno su vida, pudieron años más tarde convivir de manera efectiva con sus parejas actuales. Creo que esto se basa principalmente en la sinceridad, si las cosas son claras de entrada no hay duda de que con el tiempo, las espinas que se incrustan en la piel al momento de la noticia y de la primera experiencia frente a la ex pareja del otro, se desprenden y se puede comprender que ya no existe nada entre esas dos personas.
Pero hay veces en que el pasado no se sabe manejar de forma efectiva. Me ha ocurrido que, producto de la inexperiencia y hace muchos años, cometí el error de enfrentar a mi pareja de aquel entonces con una mujer que lo había sido algún tiempo atrás. Al tiempo y por un error involuntario (o básicamente, torpeza) la mujer que compartía mi vida, supo que aquella otra había sido mi pareja. Nunca me enteré de la violencia de la situación a la cual la enfrenté hasta que, claro, me pasó lo mismo. No me olvido del dolor y de la incomodidad provocada de ahí en más ante la sola mención del nombre del sujeto. Fueron situaciones provocadas inútilmente, y que se podrían haber evitado con un atisbo de sinceridad, en el hecho de darle la posibilidad de elección al otro: “Che, fulana/o, mirá que va a estar Mengana/o que en el pasado fue tal o cual cosa mía”. Como la zorra y el Principito, al menos deberíamos permitir que quien nos acompaña, prepare el corazón. Si esto no ocurre, la cabeza le va caer irremediablemente en una vorágine, y va a comenzar con la suma de situaciones, encuentros casuales, llamados telefónicos y “demases” que de manera rápida le darán la imagen de “perseguido”. Pero nunca vamos a entender que estuvo en nuestras manos evitar esa pintura con, tan solo, un poquito de sinceridad. Obvio que la sinceridad, en muchos casos no funciona de manera efectiva, pero nadie podrá decirnos que no hicimos lo “políticamente correcto”. En la mayoría de los casos confundimos la falta de franqueza con protección, pero la verdad ante todo, el pasado no lo vamos a poder cambiar, pero él sí o sí, va a influir en nuestro presente. Depende de nosotros saber manejarlo.
Entonces, volviendo al principio y tratando de entender un poco la frase de la pared, al momento de no haber sido lo sincero que requería la situación, mi alma ¿estaba lo suficientemente alegre? En estos casos estoy bastante de acuerdo con la pintada.
Y ¡basta! No quiero aburrir más con reflexiones inútiles, ayudame y hacelo conmigo, dejame tu pensamiento al respecto, que yo me voy a la calle a buscar más paredes pintadas. Quizás me encuentre con algún viejo graffiti de Los Vergara (hoy hermanos Korol) como aquel que ví una vez en la esquina de Mariano Acha y Olazábal que decía “A caballo regalado sacrificalo con cariño”.
Fernando A. Narvaez