MALDITO DUENDE

Hé oído que la noche es toda magia, y que un Duende te invita a SOÑAR

Archive for 1 de junio de 2005

Posted by Fernando Narvaez en junio 1, 2005

Como verás, el pibe está realmente loco. Hoy es domingo y mejor no te digo la hora. O sí. Te la digo. Son las ocho de la mañana. Y bueno ¿qué querés que haga? Hace más o menos dos horas que me sorprendieron las ganas de escribir y aquí estoy. O sea, me desperté alrededor de las seis con un ataque de “seudo” inspiración.

Ataque de inspiración. Como ya sabés me encanta la literatura, he leído bastante aunque no todo lo que quisiera, y como buen lector me encanta escribir. Pero como buen “pichón de escritor”, escribo sólo cuando realmente tengo un motivo y no por escribir. Y de un tiempo a esta parte estoy escribiendo demasiado seguido. Y eso me asusta, me bloquea. Me da temor tener un motivo, tener un motor, hacía mucho tiempo que no me nacía hacerlo y te juro que lo extrañaba.

De más está decirte o aclararte cuál o quién es mi motivo. Mi motor sos vos, claro. Gracias. Gracias por hacerme escribir. Gracias por demostrarme que por mis venas todavía corre sangre. Gracias por permitirme saber que todavía estoy vivo. Gracias por ser ese motor. Gracias por tirar a la mierda de un plumazo ese absurdo mecanismo de autodefensa que de lo único que me defendía era de no tener una nueva ilusión y de no permitirme pasar el tiempo pensando en alguien. Gracias por esta carta. Gracias por no proponerte nada de todo esto y, a pesar de ello, seguir dándome un motivo.

Tus ojos son un motivo, aunque más que tus ojos tu mirada. Tu sonrisa es el motivo. Tu voz es aquel motivo. Tu vos uno más. Tu presencia es un motivo. Tu ausencia otro. Tu presente ausencia o tu ausente presencia son un gran motivo. Tu indiferencia, tu diferencia. Tu brillo opacado por alguna pena. Tu pena opacada por tu propio brillo. Tu esto, tu aquello, tu lo de más allá. Tú. Tú. Tú. Vos misma, linda, en todos tus matices, en toda tu esencia. Todos tus tus. Mis mis. Mis mis en relación a tus Tus

Escribir, siempre fue para mí un medio de descarga. O sea, no lo hago sólo por vos, lo hago también y fundamentalmente, por mí. Necesito sacarme el diablo del corazón. Sé claramente que ésta no es la mejor manera, pero sinceramente no sé cómo separar el agua del aceite y siempre el hceho de volcar mis líneas en una hoja de papel fue mi único refugio, el lugar exclusivo donde encuentro las palabras que creo convenientes, y el único sitio donde entiendo que las palabras no se borran, en el papel. Muero por decirte todo esto mirándote a los ojos, pero no encuentro la manera de proponerte nada, llámese miedo escénico. Abiertamente, CAGAZO.

Para ir al punto. Me estás desarmando lentamente el decorado que me había armado, y lo que más me incomoda, es que sea justamente así: de manera lenta. Un decorado desarmado bruscamente puede desmoronarse por un huracán pasajero, por una calentura. En cambio cuando se desmorona por la erosión diaria come hasta los cimientos y deja marcas que son difíciles de borrar.

Esto es así de simple, como las Criollitas, desde que te conocí, no te voy a negar que la belleza se antepone ante todo, pero más allá de la belleza visual que obviamente percibí; fue como que recibí un mazazo en el medio de la nuca con el cual se me prendió una luz que me decía: “Warning” “Warning”, y pensé: “Esta es una dama peligrosa. De una mujer como esta me enamoro” (Sí, lo pensé y lo percibí sin conocerte) Traté de evitarlo segundo a segundo. Pero en un punto no quise hacerlo, y es ahí, en ese punto donde me enojo, pero no con vos, sino conmigo.

No te voy a contar mis historias tristes ni mis frustraciones, pero te juro que lo que menos quería es conocerte. Pero ahí estás, y no sé qué hacer para sacarte de mí. Probé tratarte mal y no sólo me sentía incómodo sino que también te dañé. Probé tratarte mejor y sentí que te podías agrandar y pensé que lo adecuado sería bajarte de un hondazo. Intenté no tratarte y fue IMPOSIBLE, viniste al rato nuevamente y yo que me había prometido no tratarte, me moría por decirte que estabas preciosa, me muero por decirte que sos bellísima, muero por agasajarte, muero por cuidarte, muero por mimarte. Aunque mejor dicho, vivo por vos. En tus ojos reconozco los míos, y en los míos cuando me miro en el espejo, veo soledad. Ojalá, por lo menos con vos, me equivoque.

¿Escuchaste que te hablara la piel en algún momento? La mía cada vez que te roza me dice: “¡Acá está loco, acá! ¡Es esta! ¡La de ojitos dulces! ¡EH! FER ¡La Rubia!” Y yo que me hago el sota y miro para otro lado. Pero hay cosas que no se pueden, ni se deben evitar. Y la piel es la piel. Se me prende fuego. No lo quiero evitar, pero a veces pensé, sin sentir, que debía hacerlo.

Ahora bien. Hay cosas que con 30 y tantos años no llego a entender. Hay enigmas que se presentan. Antes cuando compartíamos el espacio y nos veíamos prácticamente todos los días, cuando los roces eran algo prácticamente inevitable podía manejarlo mejor. Si bien tenía mis días de insoportabilidad, creo que lo llevaba de manera correcta. No entiendo por qué, a la distancia, todo eso se potencia. ¿Será la distancia? ¿Será el no saber si te voy a ver? Enigmas. Está bueno, si no hubiera determinadas cosas sin respuesta, no creo que podamos mantenernos vivos. Considero a esos interrogantes como una buena bocanada de aire. Aunque, realmente, no conozca el cómo administrar ese aire y hacerlo verdaderamente placentero.

Una vez, no recuerdo bien, pero alguien me dijo que yo podía hablar del amor porque había estado enamorado, a lo cual le respondí: “¿Y a vos quién te dijo que yo estuve enamorado?” Si bien fui agraciado con el amor más puro que puede tener una persona, el de dos nenas que hoy ya no están conmigo, creo que NADIE puede hablar del amor. El amor se presenta de distintas formas a lo largo de la vida, yo no sé si estuviste o estás enamorada, pero siempre creemos que nunca nos enamoramos como lo estamos ahora, hasta que viene él y se nos muestra de otra manera, en otra gente, en otras cosas. ¡Pero! ¿Qué estoy haciendo? Dije que creo que NADIE puede hablar del amor y yo, que todavía soy ALGUIEN estoy hablando de él. Soy un irrespetuoso.

Fernando A. Narvaez

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